Monjes porteadores |
Mi padre había intentado inculcarnos desde pequeñas el amor por la montaña y la naturaleza y con diez años nos obligaba a hacer caminatas de más de veinte kilómetros en las sierras de Cazorla y Gredos. En aquel momento lo sentía como un auténtico calvario, me daba la impresión de no disfrutar lo que veía y de estar deseando estar tumbada frente al televisor o con mis amigos jugando. Durante años tuve aversión a caminar pero cuando quemé la etapa de salir de marcha todos los fines de semana, comencé de nuevo a dar paseos y descubrí la paz que uno siente al estar rodeado de naturaleza, quizás lo más cercano que uno puede estar a Dios (si se cree en el) o a la perfección.
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