Si toda la sal que hay en el mar se extendiera uniformemente sobre la tierra seca, formaría una capa de más de 150 metros de espesor, ¡una altura de 45 pisos! ¿De dónde sale tanta sal? La pregunta es válida, sobre todo si pensamos en tanta agua dulce que arroyos y ríos vacían en los océanos. Los científicos han identificado varias fuentes.
Una es el suelo que pisamos. El agua de lluvia se filtra por la tierra y las rocas y va disolviendo pequeñas cantidades de minerales, entre ellos las sales y sus componentes. Luego, estos son transportados al mar por los arroyos y los ríos. Claro que en el agua dulce hay tan poca sal que nuestro paladar no la percibe.
Otra fuente la constituyen los minerales que se hallan en la corteza terrestre debajo de los océanos. El agua marina entra por unas grietas al manto terrestre, donde las elevadas temperaturas la sobrecalientan, la cargan de minerales disueltos y la obligan a volver por chimeneas hidrotermales al fondo del mar, formando a veces géiseres a grandes profundidades. Los minerales disueltos en el agua descargada se transforman luego en sales.
Existe un proceso contrario que tiene el mismo resultado: hay volcanes submarinos que escupen grandes cantidades de roca candente en el interior del océano, donde los componentes químicos de la roca se liberan en el agua. El viento también hace su contribución, transportando partículas minerales de la tierra al mar . Así, el agua marina se convierte en un caldo donde se encuentran disueltos casi todos los elementos conocidos. Sin embargo, el principal componente salino es el cloruro de sodio (la sal de mesa común), que constituye el 85% de las sales disueltas en el agua y por tanto es el compuesto que más contribuye a que el mar sea salado.
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